Caminar con la luz prendida en la mirada, recoger instantes como semilla de memoria. Una secuencia de veinticuatro fotografías nacido del bordado íntimo de treinta años de ver, retener, soltar. Lo analógico pulsa con lo digital; cada imagen es un espejo que captura un instante, un fragmento que al ser detenido se vuelve palpable.

     Desde 1992 hasta 2022, ciudades y épocas diversas fueron escenario de esta crónica visual. Negativos fotográficos —35mm, 6×4.5, 6×6— se mezclan con archivos digitales; blanco y negro con color; la textura orgánica del grano se revela tanto como la nitidez fría del sensor. En este cruce, la cámara se convierte en instrumento y testigo, altar del tiempo, puente entre el afuera y lo que habita adentro.

     Toda imagen vive de lo que decide mostrar y de lo que deja fuera. Un retrato, un cuerpo solitario, la reunión diaria que pasa inadvertida: cada fotograma sostiene ese pequeño universo interno que resuena en cualquiera que alguna vez miró sin prisa.

     El valor documental de la muestra reside en ese umbral donde lo cotidiano se transforma en archivo, que dibujan no solo historia exterior, sino rutas invisibles del sentir, en ese espacio para contemplar y permanecer en la presencia del instante, para que la cámara sea ancla y, al mismo tiempo, ala.